En memoria del Dr. Emilsson

Por: Francisco Gerardo Ruiz Rentería

Dr. Emilsson (nunca le llamé Ingvar por respeto y cariño, soy de esa generación):

Si mal no recuerdo, el Dr. Emilsson y yo nacimos el mismo día de octubre con 20 años de diferencia.

Hombre de conceptos de vida fijos y duros que no se torcieron nunca. La nobleza era noble, la decencia era decente. La moral nunca se acercó a lo inmoral. En mi memoria hay un lugar para Él al lado de mi padre, trabajador de todo, chofer de final de vida, maestro sin saberlo e igualmente íntegro.

Entre las pocas fotografías que quedan de mi vida no encontré alguna en la que apareciera el Dr. Emilsson. Hurgué entre diapositivas cada vez más difíciles de ver. No me importa. Su recuerdo está en lo que soy, grabado a fuego en mi corazón y en mi espíritu. Sus enseñanzas, tanto docentes como de vida están ahí y ya nada podrá borrarlas, diría yo que por el resto de la eternidad.

Recuerdo sus sarcasmos que nunca fueron malignos sino mentores.

Recuerdo sus dichos que aprendió en muchos países en los que participó como asesor de la UNESCO. Cuándo el problema se cerraba solía decir “vamos a dejarlo como está para ver como se queda” y más tarde volvía a intentarlo hasta resolverlo.

Recuerdo una caricatura que algún marino del Navío Oceanográfico Virgilio Uribe le dibujó: sentado en la cubierta con sus escasos cabellos rubios desordenados por el viento, una hachuela en la mano y el cable del GEK (Electrokinetógrafo Geomagnético, básicamente contenía dos cables, cada uno con un electrodo en la punta, de un potenciómetro muy preciso) de casi 2 km de largo en pedazos junto a sus pies haciendo cortes buscando dónde había habido un corto o una interrupción. Lo logró en dos ocasiones durante esa campaña oceanográfica.

Le debo conocimientos y le debo sentimientos que traté de pasar a mis escasos alumnos y por supuesto a mis dos maravillosas hijas.

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